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Affichage des articles du avril 7, 2019

Juan José Millás: Mi tio

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MI TÍO Juan José Millás   Tuve un tío carnal, y perdonen la redundancia (no he conocido a ninguno que no sea de carne), que vendía cepillos de dientes, lo que se consideraba una actividad de mucho futuro hace años, cuando apenas el 8% de la población se ocupaba de la higiene bucal. Mi familia siempre ha trabajado en actividades con mucho futuro, aunque escaso presente: somos muy pioneros. De hecho, una vez que los cepillos de dientes comenzaron a ser un negocio de verdad mi tío carnal se dedicó a la venta de desodorantes, pese a que ni siquiera se había inventado la axila, que sustituyó, si ustedes recuerdan, al sobaco.  Un día le oí hablar a mi madre de mi tío, que era su hermano, y dijo que le daban ganas de llorar cuando se lo imaginaba en los hoteles o en las pensiones, por la noche, lavándose los calcetines, porque mi tío, pese a vender higiene bucal, se lavaba los calcetines más que los dientes, y luego los tendía en la barra de la cortinilla de la bañera. Se me quedó gra

EL OTRO : Juan José Millás

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EL OTRO    Juan José Millás  Cuando me dijeron que no puedo ser Juan José Millás en Internet porque alguien se lo ha pedido antes que yo, mi primer impulso fue poner una denuncia. Luego, como el abogado me salía más caro de lo que valgo, de-cidí dejar las cosas como están. Ese loco que pretende ser yo no tiene ni idea, pues, de la vida que le espera. Si ha de pasar en la existencia digital por la mitad de lo que yo he pasado en la analógica, no tardará en salir corriendo de mi cuerpo. Entre tanto, me divierte asomarme cada día al ojo de cerradura de la Red y ver a qué se dedica mi reflejo cibernético. De momento, no se dedica a nada: está ahí el pobre, en medio de un escaparate desolado, esperando que alguien lo compre. Pero quién va a comprarlo. ¿Quién va a comprar un Juan José Millás binario, por favor? No tiene ni idea el individuo que se ha metido en mi pellejo lo que me cuesta venderme cada día. Y eso que en la versión analógica sé arreglar enchufes y reparar grifos

La próxima vez ( Por Silvina Ocampo)

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La próxima vez Por Silvina Ocampo Ella estaba muriendo, imaginando su propia muerte. La luz de la tarde bañaba los objetos en un brillo extraordinario. Nunca los había visto tan nítidos. También vio las caras que venían a visitarla. Una se distinguía entre todas. No lloraba. ¿Por qué no lloraba? Estaba apoyada contra una pared con cuadros que reproducían a los miembros más importantes de la familia. Una curiosidad malsana se apoderó de ella, una irritación que no podía controlar. Su corazón latía vertiginosamente, a tal punto que no podía mantener sus ojos quietos. La  que no lloraba estaba devorando con sus miradas a alguien; no se movía de su  puesto de observación. ¿A quién miraba?. Quiso incorporarse para ver lo que no  alcanzaba a ver, pero, aún moribunda, se desplomó. Presintió lo que sucedía.  Detrás del biombo de la sala apareció la misteriosa persona que invitaba a todos  los ojos a mirarla. Sintió que se le paralizaba el corazón. Se besarían tan furtivamen

Felicidad clandestina (Clarice Lispector)

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FELICIDAD CLANDESTINA Clarice Lispector Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería. No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos". Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente m

Noche en el hotel (Por Slawmer Mrozek)

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Noche en el hotel Por Slawmer Mrozek   Ya iba a dormirme, cuando detrás de la pared resonó un fuerte golpe. —Eso es, ahora comienza —pensé— Igual que en aquella anécdota.  El vecino se quitó el zapato y lo dejó caer al suelo. Ahora no dormiré, mientras no se quite el otro zapato; quién sabe cuánto tardara. Qué alivio: en seguida llegó el otro golpe. Ya iba a dormirme, cuando detrás de la pared se oyó el tercer ruido, sordo, y me privó del sueño. No lo esperaba. ¿Mi vecino tendría tres pies? Imposible.  Luego, ¿se puso de nuevo  un zapato y se lo quitó otra vez? Es poco probable. Tal vez tenga dos vecinos. Y empezó mi tormento, exactamente como lo había previsto. Lo único que me  permitía resistir era la certeza de que tendría que quitarse el otro zapato en algún momento. Sin embargo, la noche pasaba, y el segundo, es decir, el cuarto ruido no llegaba y no llegaba. No pegué el ojo en toda la noche y por la mañana bajé a desayunar completamente  agotado. Me enco

La revolución (Por Slawmer Mrozek)

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La Revolución Por Slawmer Mrozek   En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allí y el armario acá. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allí y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, que siempre había sido mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista. Pero al cabo de cierto tiempo…Ah, si no fuera

El ruiseñor ( Por Marco Denevi)

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El ruiseñor Por Marco Denevi Todas las noches, desde el crepúsculo hasta el alba, resonaba en el bosque el canto del ruiseñor. El rey lo oía desde su palacio. —Más precioso es ese ruiseñor que todos mis tesoros –decía el rey, y suspiraba. Todas las noches, desde el crepúsculo hasta el alba, el ruiseñor cantaba en lo más profundo del bosque. El rey, insomne, lo escuchaba embelesado. —A quien me traiga vivo al ruiseñor le regalaré la más hermosa de mis favoritas –decía el rey—. Le daré veinte guerreros, la mitad de mis eunucos, todos mis pavos reales blancos, un laúd de madera de la India con incrustaciones de nácar, tapices de seda bordados con hilos de oro, aguamaniles de plata labrada, los pebeteros del templo, el anillo de Chapur.  Los más expertos cazadores, con redes, con ligas y con trampas, fueron de noche al bosque a cazar al ruiseñor, pero el ruiseñor no se dejó atrapar.Y seguía cantando, todas las noches, desde el crepúsculo hasta el alba, con su maravillos

La frontera (Por Slawmer Mrozek)

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La frontera Por Slawmer Mrozek Habían desaparecido los alambres de espino, el poste fronterizo estaba podrido e  inclinado como una tumba vieja, lo habían cubierto jóvenes matorrales. Qué aspecto tan  diferente tenía antes esta frontera. Entre las temblorosas cimas de los abetos había una torre inmóvil de centinela. Siguiendo el trazado de un viejo sendero, llegué al claro. El viento mecía la abundante hierba y hacía golpear la puerta de la torre, que se abría y cerraba inútilmente como unas fauces desdentadas; mi bota chocó contra una oxidada lata de conserva oculta en la hierba. Rodó con desgana, emitiendo un breve y hueco sonido, y después se detuvo. Arriba, en la plataforma de la torre, no había nadie. «¡Alto! ¿Quien va? » - sonó una voz Era mi propia voz, era yo mismo quien me gritaba. No podía soportar más ese silencio,  esos escasos ruidos y susurros, y ese golpear de la puerta.  Y es que estaba cruzando la  frontera. ¿Qué contesto? Antes era fácil. Basta

Fuera de mí (Juan José Millás )

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Fuera de mí Juan José Millás   Estoy lejos de casa por razones de trabajo. Gracias a un programa informático y a las cámaras que he dispuesto en las habitaciones, puedo entrar en ella desde mi portátil. Visitar de este modo clandestino mi propio salón es como penetrar dentro de mi cráneo a espaldas de mí mismo. Mis ideas o mis obsesiones (no es fácil distinguir las unas de las otras) son mis muebles, mis libros, mi chimenea y los objetos repartidos por aquí o por allá. Quiere decirse que mis ideas no son mías, puesto que toda la vivienda está equipada con muebles de Ikea.  Nunca había visto con tanta claridad que, más que pensar, soy pensado, y por un empresario sueco para más extrañeza, pues jamás he visitado aquel país. ¡De qué sitios tan raros nos vienen las ideas que tomamos por nuestras! En esto, aparece una sombra y, enseguida, el cuerpo que la proyecta. Se trata de una amiga a la que he pedido que vaya de vez en cuando a echar un vistazo y a regar las plantas. Ella no

El agujero en el puente

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El agujero en el puente Por : Slawomir Mrozek Érase una vez un río, y en cada una de las orillas de este río había un pueblo. Los dos  pueblos estaban unidos por un camino que pasaba por un puente. Un buen día en el puente apareció un agujero. El agujero debía arreglarse, en cuanto a esto la opinión pública de ambos pueblos estaba de acuerdo. Sin embargo, surgió una disputa sobre quién debía hacer el arreglo. Ya que cada uno de los pueblos se consideraba más importante que el otro.  El pueblo de la orilla derecha opinaba que el camino conducía sobre todo a él, por lo que el pueblo de la orilla izquierda había de arreglar el agujero porque debía de estar más interesado en ello. El pueblo de la orilla izquierda consideraba que era el objetivo de cualquier viaje, de modo que el arreglo del puente debía de ser el interés para el pueblo de la orilla derecha. La disputa se prolongaba, así que el agujero seguía allí. Y cuanto más tiempo pasaba,  tanto más crecía la mutua a