Juan Pedro Aparicio : LA OBRA MAESTRA
Juan Pedro Aparicio LA OBRA MAESTRA Co mpartían celda. Uno era alto y de ojos morunos, otro grueso y de porte nervioso, el tercero menudo y de poco espíritu. Un tribunal improvisado los había condenado a muerte. Eso era todo lo que sabían. Ni se habían molestado en leerles la sentencia ni les habían señalado día. De vez en cuando oían las voces de mando de los pelotones de ejecución provenientes de alguno de los patios y, en seguida, las descargas de fusilería. Pasó el tiempo y la rutina de la muerte entró en sus carnes en forma de una fiebre que les mantenía en un estado de abandonado frenesí. El más grueso lamía a veces la piedra de la pared en busca de sabores, el más menudo se concentraba en las formas del muro, como dicen que había hecho Leonardo para buscar inspiración, el más alto escribía una novela. Pero, como no tenía papel, ni pluma, ni tiza, ni utensilio alguno para escribir, lo hacía en su mente, construía las frases cuidadosamente, las corregía, las leía...